
Engarzada palabra en esa boca
de seda perfumada en la mañana.
Solitaria palabra que sofoca
el espejo callado de una lágrima.
Vuela sutil el canto melodioso
del arrorró besando los sonidos,
y en la calle estampa la palabra
su rigidez de acero en los oídos.
Cotorreo de voces en la feria,
clavando tacos en el hueco de esa herida
y de pronto el canto de una ronda
en esa infancia que creí perdida.
Palabras elocuentes en la sala
y agitando pañuelos en la radio,
palabras siempre convocadas
entre las fauces de ese diccionario.
Y al fin las palabras más sagradas:
Las que fueran por Cristo pronunciadas
cuando entregó su vida en el Calvario.
Elsa Tébere